LA CASI ASOMBROSA VIDA DE MARÍA GARCÍA relato de ciencia ficción para el concurso de aires acondicionados Toshiba

De siempre había sido la niña más anodina del planeta, María García, incluso su nombre indicaba la absoluta mediocridad de esta persona, María García ¡González!  Ni muy alta, ni muy gorda, ni buenas notas, ni malas, el número justo de amigos, el número justo de hechos relevantes en su vida: 0. 


Y como creció pensando que era la normalidad hecha persona, nunca creyó que lo que le ocurría a ella no le ocurría a los demás. Hasta el día que la TDT llegó a su casa, a su corriente casa, y con ella Disney Channel, y con ello la serie Raven. No sé si os acordáis, pero básicamente era una chica de instituto (aunque con apariencia de treintañera) que de vez en cuando le llegaban visiones de un futuro inmediato. Bueno, pues eso, exactamente eso, es lo que le pasaba a ella. La cosa era así: de la nada, como a quien le viene un picor o un eructo, o sea de repente, le llegaba un escalofrío, de esos que hacen que te retuerzas involuntariamente, un pequeño espasmo fruto de una corriente fría que te sube por todo el cuerpo y se queda en la nuca produciendo una especie de placer raro. Bueno, pues después de esa sensación tenía una visión, una imagen que podía ver solamente en su mente y que se correspondía con algo que iba a vivir al poco tiempo.


Como le llevaba pasando toda la vida, nunca pensó que fuera una especie de súper poder o de don contra natura. Simplemente era algo de lo más normal y como era tan normal, nunca lo había comentado con nadie. A ella no le había llevado a vivir todas esas situaciones disparatadas propias de una serie americana para adolescentes, porque en una vida aburrida lo que aparece en tus visiones es si mañana tu madre va poner de comer judías verdes o puré de calabacín, que sí, que es el futuro, pero un futuro totalmente irrelevante. 


Así que, María García González, a pesar de descubrir que no era tan normal como creía gracias a esta serie, que pasó sin pena ni gloria por la vida de tantos niños,  decidió seguir con su vida con total normalidad, utilizando ese “súper poder” para tender la ropa fuera o dentro, para que no se le pegara el arroz o para que no se le quedara la impresora sin tóner en el peor momento. Nada de paradojas espacio-temporales, nada de conquistas imposibles o de hacerse rica adivinando el número de la lotería, no. 


Ya estaba más que acostumbrada a vivir con él, a disfrutar de esas pequeñas ventajas cuando el verano de 2018, uno de los más calurosos de la última década, en agosto para ser exactos, se quedó sin ello. Así de la nada, porque sí. Había tenido periodos sin visiones, 10 días era su record una vez que se fue a la playa pero esta vez ya llevaba más de dos semanas. “Si me despreocupo se me pasará” se decía sí misma como si fuera un atraso de la regla que te tarda en bajar por los propios nervios, pero no, no pasó. Ni un solo escalofrío recorrió su cuerpo durante un mes, ni uno solo. Y aunque no fueran imprescindible para su vida, le gustaba sentir que era una María García entre un millón, eso y que siempre viene bien saber a qué hora exacta va a llegar el repartidor. 


Nunca se lo había contado a nadie así que no sabía ni de que manera pedir ayuda. En ese momento estaba saliendo con un tío, un chico tan anodino como ella, tan normalucho que no diré ni su nombre, sería un Juan Martínez o un Javier Hernández del montón, un tipo tan poco pasional como interesante, que se pasaba de vez en cuando por casa de María a pasar una aburrida tarde juntos viendo uno de esos blockbuster malos. Una tarde, María, pensando que podría ser él quien le solucionase la papeleta le dijo en mitad de la peli sin ningún tipo de disimulo ni de segundas intenciones: 

 - Cari, sóplame en la nuca

- ¿Qué?

- ¡Sóplame en la nuca! 

- Pero… ¿y eso? 

- Bueno, tú hazlo

- ¿Así? -  le dice mientras ella se aparta la coleta - ¿Te gusta así? 

Ella cierra los ojos y se concentra. 

- Mmm… un poco más fuerte… a ver… haz círculos. 

Él le empieza a acariciar el brazo y ella enfadada se lo quita de un manotazo. 

- ¿Qué haces? Que necesito concentrarme.

 

Así era imposible. Hacía tanto, tanto calor que lo único que podía hacer era mover una masa de aire caliente que no le hacía sentir absolutamente nada. Ni siquiera unas leves cosquillas.  -

- Bah, mira, ¡déjalo! 

Le dice indignada mientras él confuso vuelve a mirar la película sin darle muchas más vueltas a lo que acababa de ocurrir. 


Otro día cogió un abanico, cerró los ojos, dejó la mente en blanco, todo en silencio, recogió su pelo en un moño alto y

¡fus, fus, fus, fus, fus, fus fus, fus, fus, fus fus, fus, fus, fus, fus, fus fus, fus, fus, fus fus, fus! Nada ¡fus, fus, fus, fus, fus, fus, fus, fus, fus, fus, fus, fus, fus, fus, fus, fus fus, fus, fus, fus, fus, fus, fus, fus, fus, fus fus, fus, fus, fus! Batía el abanico sobre su nuca cada vez más y más fuerte. Más y más rápido. “El juego está en la muñeca” pensaba. Pero nada, no sintió nada de nada. ¿Por qué tenía que hacer tanto calor en esa maldita casa? ¿Por qué tenía que hacer tanto calor en esa maldita ciudad? 


Abrir y cerrar el frigo, abrir y cerrar el congelador, nada surtía ningún efecto. Quizá un amago de erizarse el bello una vez que se pasó dos cubitos de hielo por la espalda pero nada parecido a un escalofrío.

- ¡Señorita, por favor!  


Le llamó la atención uno de los reponedores en el área de lácteos. Tal era su desesperación que le pareció una buenísima idea sentarse en el suelo, apoyar la espalda contra el refrigerador y descansar su cabeza entre los yogures de mango y los del colesterol. Ella no se imaginaba cuanto de extraña era esa imagen, ni que le fueran a echar la bronca, no es que no se lo imaginara es que ni lo pensó, simplemente cuando sitió la diferencia de temperatura entre el pasillo de galletas y el de los yogures pensó que eso podía funcionar. 

- ¿Pero que está haciendo ahí? 


Ella no quería ni contestarle. ¿Qué le iba a decir? “Pues mire señor es que yo tengo un don ¿sabe? Bueno, tengo no, tenía y es que ese es el problema. Verá, ¿usted veía la serie Raven? Bueno que va a ver si es súper joven, bueno pues el caso es que tengo visiones de futuro ¿entiende?…” No, no podía contarle eso a no ser que quisiera que llamara a un psiquiátrico. Pensó que era mejor que llamara a la policía por maleducada que al manicomio por loca. Y así sin más se levantó, cogió su compra y se fue a la caja. El reponedor se quedó ahí parado, mirándola con la boca abierta, total, tampoco le pagan lo suficiente como para perseguir a cada persona que se comporta de forma extraña.  


Habían pasado los días y por aquel entonces estaba lejos de acostumbrarse a vivir sin su don. Sí que es cierto,  que al igual que no suponía una gran diferencia el tenerlo, tampoco la suponía el no tenerlo, al menos a simple vista,  pero la falta de confianza en María empezaba a hacer mella tanto en su vida laboral como personal. A ojos de los demás daba la sensación de estar ida, completamente despistada y es que para ella la normalidad era saber cuando su compañera de mesa iba a estornudar o si ese día se iban a quedar en la cafetería sin azúcar moreno, pequeños detalles sin importancia. Pero sin ellos le hacía sentirse en un mundo lleno de caos sin sentido en el que no sabes qué va a ocurrirte a doblar la esquina, una sensación con la que no estaba dispuesta a vivir.  


Un día cualquiera al salir del metro le dieron uno de esos papelitos de publicidad de curanderos, de esos que te reparte el propio mago o profesor o como quieras llamarlo. María siempre los coge, le hace gracia leer el nombre y pensar si le pega o no a la persona que se lo ha repartido y después hace como hace absolutamente todo el mundo, lo tira ¿qué más se puede hacer con eso? Pero esta vez fue diferente, no por lo que ponía, ponía exactamente lo mismo que pone en todos, con su ornamentación de lunas y estrellas y su baile de cursivas y negritas:  


MAESTRO VIDENTE CURANDERO MAMBRÚ

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Y aunque jamás hubiera pensado que iba a llamar a un maestro-profesor-vidente-curandero, pensó que si este hombre aseguraba que podía hacer que un crío de diversificación aprobara un examen, podía contarle su problemilla sin que le sonara raro.  Así que esa tarde llamó. ¿Por qué estaba tan nerviosa si sabía que todo esto era un timo? Le cogió el teléfono un hombre de voz ronca con acento andaluz, hasta ese momento ella visualizaba perfectamente en su cabeza al tipo que le dio el papel, pues estaba segura de que la persona que cogía el teléfono, la que repartía la publicidad y la que hacía el ritual eran la misma, por eso le sorprendió tanto su acento del sur:  -

- ¿Hola?¿Diga? 

- Eh… sí eh… ¿maestro.. maestro Mambrú? 

- Vidente Mambrú está aquí para solucionar su problema ¿Cuándo quiere que nos veamos? 

Le sorprendió lo directo que era ¿estaría tan ocupado recibiendo gente que tenía que atender las llamadas despachando rápido a los clientes? 

- Eh… hola sí, eh… ¿mañana por… por la tarde estaría disponible?

- Mañana por la tarde e perfecto a las tre de la tarde le espero. Apunte 

- ¿Qué? 

- ¡Apunte dirección! Calle Real n. 8 1º izquierda, la puerta de abajo está un poco así así y tiene que tirar fuerte ¿vale? 

- Va..vale 

- Venga po mañana nos vemos señora, que tenga buena tarde. 


La conversación le dejó tan descolocada que se pensó si ir o no, no sabía si por el acento andaluz, la brevedad o por que fuese tan directo.  


Al día siguiente a las tres de la tarde estaba delante de esa puerta “un poco así así”. Mentiría si dijera que no iba cagada de miedo, además ¿qué le iba a contar exactamente? ¿le iba a cobrar mucho? ¿Y si era peligroso? ¿y si acababa en una bañera sin órganos? Todas estas preguntas se estaba haciendo cuando miró hacia arriba y se sorprendió al ver que era un edificio de lujo. Subió y le abrió la puerta el mismo hombre del flyer, aunque esta vez pudo fijarse mejor en como era. Era muy alto, muy corpulento y su piel negra brillaba debido al calor de la casa, llevaba una especia de túnica dorada que le daba un aspecto sorprendentemente místico, desde luego sí que tenía pinta de llamarse Mambrú aunque para nada tenía pinta de tener ese acento.


Sin decir una palabra la dirigió al salón ¡y qué salón! Techos altos, lámparas de araña, buenas alfombras… No se lo montaba nada mal. Se le pasó por la cabeza que si ella hubiera utilizado sus poderes de videncia como este señor a lo mejor ahora podría tener un salón así. Tenía unos grandes ventanales por los que entraba toda la luz del mediodía y que convertía esa sala en un auténtico invernadero ¿Cómo podía llevar esa túnica tan pesada con ese calor tan asfixiante? pensaba María


La sentó en una silla en mitad de la sala y se apoyó en la esquina de la mesa que había enfrente, cruzó sus piernas y le dijo: 

- Pues usted dirá señorita. 

¡Cuanto le chocaba su actitud con su aspecto! No es que la túnica o el joyerío fueran impresionantes, más bien todo lo contrario, pero tenía algo, no sabía si en el porte o en la mirada que trasmitía un misterio y la vez una serenidad fuera de lo normal. 


María le contó todo con pelos y señales, como nunca lo había hecho con nadie: lo que sentía desde pequeña, lo de la serie de Disney Channel, lo de los escalofríos y las visiones, todo excepto la escena del supermercado. Él parecía no prestarle ningún tipo de atención, más bien parecía despistado colocándose los anillos y mirando por la ventana pero aún así a María le generaba tal confianza que siguió contándole su historia. Al acabar, el vidente con una parsimonia casi exasperante dijo: 

- Pues ya ves… es la primera vez que es el cliente es el que tiene los poderes. 

- Pero y entonces ¿qué? ¿tiene solución? ¿Cree que me pude curar? 

- Pero a ver ¿tú de donde has sacado mi contacto?

- Pues de un papel de la calle, ¡sí creo que me lo dio usted mismo! 

El vidente puso una especie de sonrisilla al reconocer que es él mismo quien reparte los fyers. 

- ¿Y te acuerda de qué ponía? 

Al ver que ella se queda desubicada él continúa:

- Pues ponía amor, impotencia, atraer cliente… pero no ponía na' de devolver poderes mágicos. 

Antes de que ella pudiera abrir la boca él continuó: 

- Ademá, tú ere vidente me podría hacé la competencia ¿no? 

- No, no, yo no… 

- Jajajaja – soltó una excéntrica carcajada, cambio de tono y gritó mientras se levantaba de un salto. 

- ¡No hay nadie que pueda hacer la competencia al gran Mambrú! A ver que podemo hacer, bonita. 

  

 Comenzó a mover las manos a su alrededor y empezó a hacer ruidos extraños con la boca. En ese momento ella no se podía sentir más estúpida, se imaginaba la escena desde fuera y sentía una gran vergüenza ajena.  Él soplaba a través de sus manos en forma de triángulo, en su frente, en su pecho, en sus rodillas, ahora se agitaba a su alrededor dando pequeños brincos ridículos soltando una especie de bufidos raros. Unas palmadas por aquí, unos silbidos por allá y en mitad de toda esa vorágine de aspavientos cogió el mando del aire acondicionado y lo encendió. Lo puso al mínimo a pesar de que el salón pareciera una sauna y él estuviera sudando sofocado por todos esos movimientos y por el roce de esa túnica de plastiquete. Entonces, del aparato empezó a salir un fino hilo de aire fresco casi imperceptible entre tanto calor pero disparado directamente a la nuca de María. El maestro siguió con sus excéntricos rituales, ahora movía una especia de plumero alrededor de su tripa pero María empezó a ignorarlo. Cerró los ojos, se concentró y sintió como esa pequeña corriente de aire le penetraba por la piel, hacía mover los pelillos que se le escapaban de la coleta y descansaban en el cuello y empezó a sentir una especie de cosquillas que le bajaban hasta los riñones y que poco a poco hacían que su columna vertebral se retorciera produciendo un espasmo que recorría su espalda y se detenía en la coronilla y entonces ocurrió. Sus visiones regresaron, todas de golpe, todas aquellas que no habían ocurrido durante ese mes y medio llegaron a la vez, produciendo una amalgama de ensoñaciones confusas, unas tras otras entremezclándose: un traspiés, la bronca de su jefe, el final de Peaky Blinders, un escalope quemado, su sobrino chillando, oferta de melocotones, el afilador… 


Y cuando todas acabaron, María se sintió una mujer nueva, una mujer nueva no, la mujer que era antes y mientras el vidente seguía haciendo aspavientos ella sonreía por dentro esperando a que acabara.      


Desde ese día nunca más le volvieron a desaparecer. No sabe si fue el fin del verano, el aire acondicionado o que efectivamente ese tal Mambrú era un verdadero profesor-maestro-vidente-curandero y aunque ella seguía sin utilizarlas para ningún propósito relevante, ni siquiera para conseguir ese maravillo salón barroco, lo importante es que ella se volvió a sentirse una entre un millón. 


preparando para una prueba





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